Prado Maguillo
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“La inquietud de tener una casa en la sierra a la que acudir siempre que se pueda o quiera, compensaría de algún modo el no tener el arrojo necesario para dar el gran salto, dejarlo todo y marcharnos a vivir allí.

Todavía estábamos viviendo en Madrid cuando decidimos, medio en serio medio en broma, buscar casa en Segura. Nos habían comentado la posibilidad de encontrar casas muy baratas en la zona. Excursiones en coche, a pie o en bici por lugares como La Ballestera, Los Goldines, La Platera, La Toba, Marchena, Las Gorgollitas, La Huelga Utrera, Los Fresnos, etc… dieron infructuosos resultados hasta que recalamos en la casa de Lorenzo el guarda, en la Venta de Rampias. Nos informó que un tal León “El Pipas” tenía una casa en venta más arriba de Los Anchos.

Enfilamos el Citroën Visa hacia el lugar y, según íbamos avanzando, aquello nos gustaba más y más por lo alejado, “inaccesible y virgen”. Nada más llegar a Prado Maguillo nos topamos con Basilia Y Leonides. Él con su pitillo liado a mano en la boca y ella con un atuendo que nos pareció el de una meiga gallega y nos hizo recordar temores infantiles. Una vez saludados les preguntamos si se vendía alguna casa por allí, a lo que contestaron que allí todo estaba en venta”.
Roque Latorre
Hace treinta años mis padres, que por aquel entonces vivían en Madrid, cansados de la metrópolis decidieron buscar casa en la Sierra de Segura (Jaén, Andalucía). En un primer momento no la concebían como su residencia principal, ya que sus trabajos no lo permitían, sino como una “vía de escape” de la locura de la gran ciudad. Después de meses buscando, encontraron una aldea compuesta por una veintena de casas medio derruidas, sin instalación de agua ni corriente eléctrica. Únicamente vivían allí Leonides y Basilia, matrimonio que hicieron de realters serranos.

Mis padres compraron dos casas, tres cuadras y dos terrenos de huerta con el dinero de su boda (aproximadamente 6000 euros). Enamorados del lugar, mis padres trajeron a sus amigxs a ver la “casa de revista” que habían adquirido. Hipnotizados por el sitio, entre el grupo de amigxs compraron gran parte de la aldea.

A partir del otoño de 1991, el grupo de amigxs de mis padres comienza el proceso de construcción colectiva de la aldea. Cada fin de semana el grupo, conformado por un militar, una bibliotecaria, un enfermero, una profesora de inglés… sin ningún tipo de formación arquitectónica o de construcción, se juntaba allí y entre todxs iban levantando paredes y techos. Pusieron suelos y ventanas y trajeron agua y luz a la aldea. Basilia, Leonides y algunos vecinos de aldeas de los alrededores fueron parte imprescindible del proceso, enseñando al grupo de jóvenes las técnicas y estilos de las construcciones tradicionales del Valle, que habían aprendido a base de construir ellos sus propias casas. Gracias a los ratos de charla mientras ayudaban a recoger hortalizas de la huerta o daban de comer a las gallinas, mis padres y sus amigxs se convirtieron en expertos de la arquitectura serrana tradicional.
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“Basilia y Leonides eran nuestros vecinos de Prado Maguillo, además de nuestros mentores serranos. Eran gente honrada, cabal, con una personalidad y un señorío impresionantes, auténticos «bulldozers» trabajando y con un conocimiento de la sierra fuera de lo común. Pasamos muchos ratos de conversación junto a ellos al lado de la lumbre o a pie de obra. Su marcado acento serrano, el uso de arcaísmos, la precisión con la que insertaban algunas palabras y oportunos vulgarismos, eran todo un regalo para nuestros oídos. Pero entonces éramos muy jóvenes y no supimos valorar el enorme pozo de conocimientos del acervo serrano que poseían y que nos transmitían de viva voz”.
Tres años después de comprar la casa de la sierra, mis padres dejan su residencia en Madrid y se mudan a Úbeda, ciudad natal de mi padre. Durante años, cada fin de semana y festivos mi familia hacía el viaje de dos horas y media hasta Prado Maguillo para pasar allí esos días junto con el grupo de amigxs y sus respectivas familias.

A pesar de que el interés de mi padre por el Parque Natural siguió creciendo (realizando reconstrucciones, o chapuzas como las llama él, de casa de aldeas vecinas, rehabilitando antiguos refugios abandonados, cuidando de las zonas comunes de la aldea...), el de sus amigos poco a poco se desvanecía. Desde hace unos años apenas nos juntamos todas las fasmilias como solíamos hacer, y algo que en un principio había sido concebido para recuperar y fomentar dinámicas y sabidurías tradicionales y huir del capitalismo masivo y la gran ciudad, con el tiempo se fue convirtiendo en un “a ver quien la tiene más grande”.

Todos los integrantes del grupo abandonaron en algún momento de los últimos diez años las pequeñas casas que habían construido entre todxs siguiendo técnicas tradicionales, para construir en su lugar grandes edificios con ventanales gigantes al valle. Los antiguos árboles que daban sombra a la casa fueron cortados para construir en su lugar un porche con barbacoa y tejado de teja, y las chimeneas quedaron como elementos de decoración, siendo sustituidos por radiadores eléctricos.

Basilia y Leonides nunca llegaron a ver el Miami en el que se ha convertido la aldea que los vio nacer y morir.


Mis padres, cansados de concursos por quién hacía la mejor paella y de no poder ver el valle que les había enamorado hacía tantos años por la mansión que su amigo había construido delante de su casa huyen de la aldea. Venden las propiedades que compraron hacía veinticinco años y adquieren en su lugar el Cortijo Niebla, edificio a medio construir a las afueras de Prado Maguillo. Sin porches, sin mansiones, sin árboles cortados... y sin amigos

Hace exactamente cuatro años, el mismo verano que empecé a cursar el grado en Artes y Diseño de la Escola Massana, mis padres comienzan, esta vez solos, la reconstrucción del Cortijo Niebla. El libro de mi padre quedó guardado en algún cajón, y acabaron construyendo lo mismo de lo que huían: El Cortijo Niebla también tiene porche, radiadores y ventanales.

El verano pasado encontré ese libro, y cuando volví a Barcelona en Septiembre me lo traje conmigo, junto con todos los álbumes de fotos de mis padres. Escaneé todas las fotografías de la construcción de las primeras casas y analicé al dedillo el libro de mi padre, además del blog que en el que ha estado escribiendo sobre la aldea durante los últimos 10 años.

Las fotografías del primer periodo de construcción hace treinta años y las de la construcción del Cortijo Niebla reflejan visualmente lo que se ha relatado anteriormente: En las primeras mayoritariamente se habían plasmado lxs amigxs y el proceso: Ellxs cargando leña, poniendo vigas, cavando en el suelo, celebrando la navidad entre escombros, utilizando la chimenea por primera vez… En las segundas únicamente se mostraban resultados. Sin personas, sin proceso. Lo colectivo vs. Lo individual.

Durante esta época de escaneo de antiguas fotografías, y reflexión sobre la comunidad, me di cuenta que mi propio grupo de amigxs entraba en unas dinámicas parecidas a las de las fotografías que analizaba. Habíamos pasado de vernos cada día, comer juntxs, tomar café, realizar trabajos de la universidad en grupo, sentarnos durante horas en alguna terraza, hacer esquemas y debatir sobre ese trabajo en el que estábamos atascados… a no hacer nada de esto en absoluto. La estructura del último curso de carrera, prácticas, trabajos precarios y la competitividad del TFG, entre otras razones, nos hacía separarnos cada vez más.

Me parece que al principio ningunx de nosotrxs era muy consciente de nuestra separación paulatina. Sentada sola en alguna cafetería me sentía independiente, poderosa, crítica e incluso un poco bohemia-intelectual. Poco a poco este imaginario hollywodiense se fue al garete y sólo me sentía sola. De golpe me vi aislada construyendo mi propio Cortijo Niebla, pensando en cómo podía citar en el trabajo a algún filósofo importante, y haciendo fotos solitarias con el móvil mientras miraba con añoranza las fotos antiguas de mis padres. Por suerte decidí buscar referencias en gente menos importante, y por suerte mis amigxs decidieron buscar conmigo.

Así que decidimos ir a Prado Maguillo, a ese Miami serrano perdido en medio de la nada andaluza, y hacer una residencia artística: insertar_nombre. Esta residencia no tiene pretensiones grandiosas, no se plantea cómo la oportunidad de crear una gran obra de arte, ni como un workshop de trabajo intensivo en el que finalmente terminar eso que se lleva procrastinando durante meses. Se plantea como un hacer mediante el co-estar y un volver a lo colectivo. En este sentido la elección del lugar no es fortuita, y simbólicamente representa un eje importante en el proyecto.

Así que este trabajo nace de la necesidad de colectivizar, de repensar en común dinámicas individualistas establecidas tanto a nivel institucional como social, de quitar competitividad a la ecuación del TFG y añadirle un poco de compañerismo y cuidados. Este trabajo pretende volver a las enseñanzas entre huertas de Basilia y Leonides y otras enseñanzas deslegitimizadas, darles valor y aprender de ellas.

Por esa razón no existe un discurso único, sino diversas voces que se solapan y que construyen un relato que a veces concuerda y a veces no.

Por eso a veces citamos a Donna Haraway y otras a Basilia.

Por eso a veces hablamos en un “lenguaje institucional” y a veces hablamos mal (para que os llegue bien).
LATORRE, Roque. Arquitectura Popular Tradicional del Valle de Los Anchos. El Toro de Caña. 1999, nº 5.

Cuentan mis padres que tras firmar el contrato de la venta de la casa, los propietarios les dijeron que les dejarían la casa “en perfecto estado de revista”. Cuando fueron a la aldea el fin de semana siguiente a la firma del contrato encontraron restos de una gran hoguera en la puerta de la casa. Los antiguos propietarios habían sacado de la casa todo lo que no fueran paredes y lo habían quemado, dejando delante de la puerta el montón de restos calcinados.

En agradecimiento a Basilia y Leonides, mi padre escribió un libro plasmando todos los conocimientos que les habían transmitido, además del proceso de construcción de la aldea. Arquitectura popular tradicional del valle de los Anchos fue publicado por la revista jiennense Toro de Caña en el año 1998. LATORRE, Roque. Arquitectura Popular Tradicional del Valle de Los Anchos. El Toro de Caña. 1999, nº 5.

LATORRE, Roque. Arquitectura Popular Tradicional del Valle de Los Anchos. El Toro de Caña. 1999, nº 5.

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Roque Latorre